6 ago 2017

Desde el borde de las cosas,
bebe la nada con las pupilas,
su cabello que danza
como un espejo abierto al viento.
En los pies-sepulcros,
pedazos de cacharros sanguinolentos.
Las cruces todas atadas
a las muñecas,
los pezones
y las pestañas.
No mires sus manos,
mueve los dedos en curiosos movimientos;
recuerdan a danzas de alimañas y poseen un dejo siniestro.

Nada de esto es cierto.
Solo una ilusión de contacto.
No te queda
ni siquiera
el silencio
porque
el lenguaje es eterno movimiento,
y la pena,
una rosa encarnada
que ahoga un grito en su terciopelo.